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¿Dolarizar o no dolarizar?

Mucho se discute en estos días sobre la necesidad de terminar con la inflación a través de medios no tradicionales. Pero antes de tomar una decisión se deben considerar el entorno mundial y las consecuencias negativas que ya hemos sufrido

21 de abril, 2023 - 07:48

“Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darles fin con atrevida resistencia?” (William Shakespeare).

Dicen los estrategas que la peor de las decisiones es aquella en la que el decisor se enfrenta a un dilema. Vale decir, un problema que puede resolverse a través de dos soluciones diferentes, pero que ninguna de ellas resulta completamente aceptable o, por el contrario, que las dos son igualmente aceptables.

Tal parece ser el caso del debate que tiene lugar respecto de la solución de las recurrentes crisis de nuestra economía. ¿Dolarizar o no dolarizar?

Pero no hay nada tan oculto que no pueda estudiarse o, al menos, entreverse. Mucho más cuando uno de los términos del dilema ya se probó en el pasado.

Concretamente, la dolarización se llevó a cabo en la década de 1990 a través de la Ley de Convertibilidad del Austral, por la cual el Congreso de Argentina, durante el gobierno de Carlos Menem y bajo la iniciativa de su ministro de economía Domingo Cavallo, se estableció a partir del 1 de abril de 1991 una relación cambiaria fija, de 1 a 1, entre el austral y el dólar estadounidense.

Si bien se logró, inicialmente, una estabilidad monetaria y duró 11 años, la convertibilidad trajo varias consecuencias negativas. A saber:

1º) Una apertura comercial de los años que destruyó a las industrias locales.

2º) Un atraso cambiario que fue menguando el poder de compra interno por la destrucción del empleo y por los bajos salarios.

Más concretamente, en el período 1991/2000 la política fiscal arrojó un déficit promedio anual de 4,1% del PBI, con un total acumulado de 108.634 millones de pesos/dólares. En forma paralela, se adoptó una política de endeudamiento que llevó la deuda externa pública de 45 mil M de dólares en 1989 a 145 mil M en 2000.

En mayo de 1991, a un mes de iniciado el plan, la pobreza en la ciudad de Buenos Aires y zonas aledañas del conurbano bonaerense era de 28,9%. Al terminar el régimen de convertibilidad, diez años después, la cifra era del 35,4%.

Finalmente, el 20 de diciembre de 2001 su fracaso estrepitoso llevó a la renuncia del gobierno de Fernando de la Rúa, ocasionando una de las peores crisis institucionales de la historia argentina, que incluyó el default más grande que recuerda la historia económica del mundo.

Pero ya no estamos en los 2000 cuando EE.UU. era la única hiperpotencia y el dólar la casi única moneda preferida para los intercambios internacionales y de reserva mundial, sino en el 2023, con varias crisis globales sobre el lomo, como la pandemia, la consecuente recesión y la inflación global, la guerra económica de los EE.UU. contra China y las operaciones militares de Rusia contra Ucrania, que amenazan con englobar a toda Europa, si es que no al propio EE.UU.

Una de sus consecuencias es una marcada desdolarización de la economía mundial, la que se ve reflejada en los siguientes factores:

1º) La economía de los BRICS acaba de superar a la de los países del G-7.

2º) Los primeros están tomando diligentes medidas para realizar sus intercambios comerciales en otras monedas que no sean el dólar, como fue manifestado tras las recientes reuniones bilaterales entre Putin y Xi Jinping y entre este último y Lula da Silva.

3º) Se suman a ellos muchos otros países importantes, especialmente Arabia Saudita, otrora la base petrolera del petrodólar estadounidense, que ha cambiado su alianza estratégica a favor de China y de Rusia.

4º) La posibilidad de que varios bancos centrales adhieran a una nueva moneda digital conocida como CBDC (por sus siglas en inglés) y de la cual se desconoce su implementación exacta, pero que se aprecia reemplazará a todas las monedas, incluido el dólar, como la preferida para los intercambios internacionales.

Por otro lado, está el hecho de que algunos organismos económicos mundiales que dependían del dólar estadounidense se están convirtiendo en irrelevantes. Por ejemplo, nuestro conocido FMI ya casi no presta dinero a los Estados porque sus condiciones son peores que los créditos que otorgan, por ejemplo, fondos saudíes o chinos. De hecho, casi el único cliente del FMI es la Argentina.

¿Por qué? Porque la economía China viene multiplicando por dos su crecimiento cada ocho años, aproximadamente. Para ponerlo en contexto, China es el hogar de cuatro de los bancos más grandes del mundo por sus activos y también se ha convertido en uno de los mayores acreedores mundiales en la época del dinero fácil.

El título de la economía más poderosa del mundo es debatible y cambia según el sistema de medición utilizado, y a veces el liderazgo pasa de China a Estados Unidos y viceversa. Pero, en concreto, Estados Unidos ya no tiene un dominio total y único en los múltiples ámbitos estratégicos, lo que ha tenido, obviamente, efectos secundarios en las finanzas internacionales.

Pero una cosa es que una moneda se use como método internacional de pago y otra muy diferente es que se convierta también en moneda de reserva internacional, y es aquí donde los Estados Unidos defienden su posición de privilegio con uñas y dientes. De hecho, sigue reinando el dólar, pero hay una clara tendencia a la baja. Por eso la pregunta clave es ¿estamos ante un proceso de desdolarización de la economía internacional que terminará desplazando al dólar, o será, simplemente, una característica más del nuevo mundo multipolar?

Tal vez la respuesta pase, como muchas otras relacionadas con la economía, por el factor confianza. Y creemos que esta, a nivel internacional, se ha visto lesionada por las sanciones económicas impuestas por los EE.UU. y por la Unión Europea, principalmente a Rusia. Especialmente, en la apropiación de los fondos y del oro ruso depositado en bancos suizos, lo que ya produjo la caída del poderoso Credit Suisse.

Esto sucede porque ya que no son pocos los que advierten que también ellos podrían sufrir esta incautación de fondos financieros por algún motivo político. Tal podría ser el motivo para el giro en las preferencias estratégicas de Arabia Saudita, un reino con serios cuestionamientos respecto de su respeto por los DD.HH. de sus ciudadanos.

Así lo ha expresado –palabras más, palabras menos– la secretaria del Tesoro, Janet Yellen. “Existe el riesgo cuando usamos sanciones financieras que están vinculadas al papel del dólar que con el tiempo podría socavar la hegemonía del dólar", dijo en una entrevista en la CNN.

Pero, ¿quién está libre de pecado en este sentido? Por ejemplo, ¿qué impediría que una economía argentina dolarizada fuera presionada con temas sensibles como nuestro desarrollo nuclear, la compra de material bélico o a quién exportamos materiales estratégicos, como el litio, entre otros?

Esto no es un mero ejercicio de imaginación. Las amenazas veladas y las no tanto han sido puestas sobre la mesa en estos días. Basta con escuchar los mensajes de la comandante del Comando Sur de los EE.UU. o de la vicecanciller de ese país, la inefable Wendy Sherman, que nos prometió más sufrimientos a los argentinos.

En última instancia, la política de un Estado versa sobre su soberanía. Si esto no es así, nos encontraríamos frente a una simple discusión antropológica o sociológica.

Por eso mismo, nuestro representante en el Congreso de Tucumán, Tomás Godoy Cruz, y a instancias de nuestro gobernador José de San Martín, hizo agregar a nuestra Declaración de Independencia: “... y de toda otra dominación extranjera”.

Tengámoslo presente antes de tomar una decisión que pueda afectar a nuestra soberanía.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.