|01/01/23 10:00 AM

Cambiar no es imposible

No se escuchan mensajes de unión, de desprendimiento de los intereses propios, de solidaridad y entrega para el bien común, por eso el futuro es mejor, porque aunque no lo conozcamos siempre nos dará oportunidades.

01 de enero, 2023 - 10:00

Será porque ahora uno se entera más rápido de las cosas que suceden, porque hay más métodos para publicarlas y más dificultades para esconderlas o, sencillamente porque suceden más cosas. Pero sí es seguro que ahora creemos que el mundo y la gente está cada vez peor y que no se sabe dónde vamos a ir a parar.

Pasadas más de dos décadas ya desde que empezó el tan esperado siglo XXI -que ya no es nuevo y ni siquiera promisorio- los argentinos seguimos esperando una redención que, deberíamos convencernos, no vendrá desde arriba sino de entre nosotros mismos, casi diríamos que de algún vecino de la cuadra que atine a ser honesto y saber hacer las cosas bien.

Si se hace un recorte generoso de la historia y tomamos los últimos 25 años, para no ser injustos con alguno que haya hecho las cosas un poquito mejor, no hay ningún personaje que se haya destacado por señalar algún camino posible. Todo lo contrario, los despropósitos la ineptitud, cuando no la deshonestidad, han campeado en los ámbitos de la política nacional.

Pero claro, la tremenda crisis de dirigentes alcanza a casi todos los ámbitos de la vida civil del país.

No se escuchan mensajes de unión, de desprendimiento de los intereses propios, de solidaridad y entrega para el bien común. Frase esta última que parece una antigualla del lenguaje social.

En estos días de final y principio, de percepción de que se abre alguna oportunidad, de que en el fondo todo puede ser lo mismo, aunque tengamos la sensación de que algo cambiará, por más brindis y alboroto festivo que nos rodee, quizá debamos tomarnos un instante para entender qué queremos y qué se puede hacer para que después de hoy no todo tenga que depender de los aciertos, yerros o trapisondas de unos pocos que se creen dueños de los destinos.

Estamos viendo que la ambición por retener el poder no tiene límites, que no se detienen ante ningún límite ético, que siembran la discordia y no vacilan en arruinar vidas y honras con el escarnio y la calumnia. Pero la virtud no es patrimonio de ninguno y hay que demostrarla en cada paso.

Los votos y los aplausos, por más mayoritarios que sean, no absuelven a nadie, no hay ninguna voluntad superior a las leyes, que, con la imperfección humana fueron conformando los métodos que posibilitan que la convivencia sea posible y que, a duras penas, eviten que el hombre sea lobo del hombre.

El estado de casi postración en que se encuentra la Argentina demuestra que las creencias pertenecen al ámbito de la espiritualidad y de idea de trascendencia que con sus infinitas variantes ha acompañado por siglos el espíritu humano.

El país está hoy como lo percibimos porque siempre hemos creído en algo o alguien y no hemos sido conscientes de que la ética y el buen proceder se afianzan como producto de la razón y del equilibrio de no perjudicar a nadie y de dar a cada uno lo que le corresponde.

La comprensión de lo que está bien y lo que está mal es un producto de la razón y defender y luchar por alguno de esos dos valores es un impulso de cada corazón, figura que representa y simplifica la calidad humana de las personas.

Entonces miremos el escenario donde tantas figuras se muestran con sus grandezas y miserias y tomemos la decisión más acertada posible sobre a quiénes le daremos la oportunidad, no de arreglarnos la vida, sino no nada más de que no nos la arruinen.

El futuro es mejor porque, aunque no lo conozcamos, siempre nos dará oportunidades.