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Arriar las velas, que viene la tempestad

Los responsables de guiar el país deberían reaccionar antes de que alguien tenga que decir: "¡Argentinos, a los botes!"

23 de octubre, 2022 - 11:00

En la terminología naval enrollar el velamen de un velero era el método para que el viento de una tempestad no rompiera las telas, derribara los mástiles y pusiera en riesgo la embarcación.

Con esta solución se podía zafar del peligro, pero durante ese tiempo la nave no avanzaba y apenas lograba evitar el temido naufragio.

Para el barco nacional la tempestad llegó con vientos fuertes, está en pleno desarrollo, pero todavía no llega lo peor... Quizá estamos cerca de la calma chicha del ojo del huracán.

Eso es lo que desesperadamente trata de alcanzar el Gobierno durante la pausa del Mundial.

Si el resultado es óptimo, mejor, pero hasta por ahí nomás, porque la cercanía las fiestas de fin de año han sido y pueden seguir siendo un factor de conflicto por los reclamos que se suman a las urgencias económicas y sociales del resto del año.

La forma de operar de quienes se atribuyen el Gobierno de la Nación es muy difícil de describir, y no solo eso, sino que ya es casi imposible definir quién gobierna.

Las diferencias son cada vez más profundas, y a las posiblemente tres cabezas visibles de la administración -el Presidente, la vicepresidenta y el ministro de Economía- se suman otros factores que contribuyen al estado de cuasi amotinamiento que se presenta en la alucinante tripulación.

Nombrados los tres ejes principales de la discordia, surge la tropa de La Cámpora, que no debe entender que su jefe critica ideológicamente a Sergio Massa por ceder ante el FMI, pero se acerca a la odiada “burocracia sindical” con propósitos abiertamente pragmáticos.

Pero el poderoso batallón sindical también tiene todas las piezas juntas como antaño y la columna vertebral del Movimiento Peronista sufre una pronunciada escoliosis.

La CGT tradicional no quiere despegarse de los buenos modos con Alberto Fernández, pero ha dicho que va a formar un partido propio y refundar y defender las ideas de Perón.

Alberto Fernández, jefe del Ejecutivo.

En tanto, Máximo Kirchner se acerca a los Camioneros para quitarle poder a la Casa Rosada, a la que no quiere ni pasar por la vereda.

Por otro lado, el influyente gremio bancario se mantiene con acceso directo a las oficinas de Cristina pidiendo y logrando excelentes porcentajes en las paritarias.

Las organizaciones sociales, guste o no, expresan y representan el drama de millones de argentinos que no tienen de dónde agarrase, no consiguen trabajo por muchos motivos, y si lo tienen, su sueldo enflaquecido por una voraz e indetenible inflación no les alcanza para comer adecuadamente, así de simple.

Su drama ya no es no pagar las deudas, es no tener acceso a lo más básico que había logrado la humanidad para vivir dignamente, los servicios básicos.

Pero en la cubierta del buque las distintas facciones de la marinería o jefes están a punto de agarrarse a los palos con consecuencias impredecibles, y en el puente de mando los capitanes han dejado el timón y están enfrascados en contestarle a un desangelado que acusa al Presidente de coimero, o inaugurando surtidores por todos lados; otra que trata de saber cuántos fieles le van a quedar al final de la tormenta para abroquelarse en la provincia de Buenos Aires, u otro que  trata de sacar algún punto a favor en una empalidecida gestión económica, quizá ya no pensando en su futuro político sino en que no lo tiren por la borda.

Cristina Kirchner, vicepresidenta de la Nación y titular de la Cámara de Senadores.
El ministro de Economía Sergio Massa.

Es casi seguro que la tempestad tiene para rato, y ya advierten que el control de daños tendrá una lista muy larga, y eso se llama personas, familias que van aumentando un ya vergonzoso ejército de pobres e indigentes nunca visto.

El puerto de destino ni siquiera se sabe dónde está, y menos en este barco sin timón.

A la vista no hay ninguna tripulación que garantice el recambio, que tenga una brújula, y si la hay no se sabe qué espera para decir que la tiene y qué piensa hacer, porque ya casi no hay tiempo.

Mezquinos, sinvergüenzas, ambiciosos, avivados, ladrones y corruptos son el lastre que nos está hundiendo. Reaccionemos antes que alguien tenga que decir ¡argentinos, a los botes!