|13/03/20 07:21 AM

La geopolítica del descarte

Ante una absurda tendencia antinatalista en un país despoblado como el nuestro, comprobamos una vez más que carecemos de ideas claras y de políticas de Estado, y que solo seguimos sugerencias interesadas

20 de marzo, 2020 - 16:37

El célebre escritor italiano Umberto Eco afirmó que “...el futuro de la humanidad será un reflejo de su pasado...”. Más precisamente, Barbara Tuchman, historiadora ganadora del premio Pulitzer, ubicaba ese pasado en el calamitoso Siglo XIV, caracterizado por las guerras religiosas intestinas, por las revueltas sociales y por las pestes mortales. 

Si hace unos años se apelaba al Globalismo como la teoría que mejor explicaba a aquella “Aldea Global” descrita por McLuhan, hoy, autores de fuste, como Giovanni Sartori, prefieren hablar de “Neomedievalismo”, un concepto acuñado por Hedley Bull para referirse al mundo actual. Uno que por un lado parece estar dominado por minorías en posesión de las “tecnologías de punta” y que se agrupan en fuertes ciudades-Estado, y por el otro, están espacios concomitantes habitados por un conglomerado de tribus con banderas. 

Cualquiera que recorra alguna de nuestras ciudades podría comprobarlo por sí mismo. Si lo hiciéramos veríamos islas de rascacielos inteligentes rodeadas de villas miseria. Una situación que se repite tanto en Buenos Aires o en Río de Janeiro, como en el Harlem de los EE.UU. o en el Val Fourré y la Banlieue de Francia.

Es más, este orden local parece replicarse en lo internacional, ya que la esencia del Neomedievalismo es la fragmentación de todos los niveles, con una tecnología que ya no une, sino que, más bien, divide. Al respecto, Michel Chossudosky, en su libro Too Many Flags (Demasiadas banderas), señala que la globalización, pese a sus bondades, no ha hecho otra cosa que aumentar las brechas y la fragmentación entre los Estados. 

Es una situación que supera los viejos esquemas de Izquierda y Derecha y también a la vieja denominación de países en desarrollo y de países en vías de desarrollo. De hecho, se van conformando, en un extremo, Estados cada vez más tecnificados, frente a una masa precarizada de ellos en el otro, y  que no se desarrollan nunca pues carecen de hasta un elemental sistema de salud y/o de educación que funcione adecuadamente. 

Para que el esquema funcione, los primeros necesitan disponer de ingentes recursos naturales para seguir desarrollando su superioridad tecnológica y mantener y –si fuera posible– incrementar sus elevados niveles de vida. Fieles a su neomalthusianismo creen que la disponibilidad de los recursos existentes no será suficiente para todos. Ergo, consideran lícito reducir el crecimiento poblacional global, pero no ya en todos los Estados. De hecho, ellos ya lo han reducido en forma sustancial, sino el de los países poco desarrollados o, simplemente, pobres. Los que, de paso, por lo general, tienen una alta tasa de natalidad. 

Todo comenzó cuando la administración norteamericana de Richard Nixon / Henry Kissinger  le pidió al prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por su siglas en inglés) un estudio denominado ‘Los límites al crecimiento’ (en inglés: The Limits to Growth), por el que se determinaba que la humanidad ya había superado la capacidad de carga del planeta para sostener su población.

Pronto, el denominado Club de Roma –una organización no gubernamental fundada en 1968 en la capital italiana por un pequeño grupo de científicos y de políticos, preocupados por mejorar el futuro del mundo a largo plazo– hizo suya la teoría, la que fue adoptada luego por numerosos organismos multilaterales, tales como la ONU, el FMI y el Banco Mundial. 

Éstos comenzaron a predicar políticas destinadas, eufemísticamente, a la “planificación familiar”, cuando lo que en realidad buscaban era reducir la natalidad de los países en vía de desarrollo, ya que entendían que ella era un obstáculo para un desarrollo sostenido de los desarrollados.

Sus instrumentos eran la promoción del aborto libre y gratuito para las mujeres embarazadas y de la vasectomía para los hombres. Para ello, comenzaron a condicionar el otorgamiento de sus créditos a la aplicación es este tipo de políticas bajo la denominación de “políticas de género”. 

Estos organismos no estaban solos, ya que contaban con el inestimable y “desinteresado” apoyo de poderosas ONGs como Human Rights Watchs, Open Society Foundation, Amnistía Internacional, Fundación Ford y Fundación Rockefeller, por mencionar sólo algunas de las más conocidas.  

Pero, ¿cuál debería ser la perspectiva de esta situación desde la Argentina, ya que hace años que nos vienen diciendo que el Estado no debe intervenir, que las fronteras son meros inventos y que la única salvación es integrarnos al Mundo, cuando vemos que una simple “gripe” bastó para derribar todas estas asunciones.

Para empezar, sabemos que somos el octavo país del Mundo por su extensión, pero caemos al puesto 32 según nuestros 45 M de habitantes, lo que nos otorga una baja densidad de 14 habitantes por Km2 frente a unos 25 de América, los 146 de Asia y los 32 de Europa. 

Según datos oficiales, el año pasado la tasa de natalidad argentina sufrió una caída del 2,7%. Es más, se mantiene la tendencia hacia la baja comenzada cinco años atrás.

El índice de natalidad más bajo se verificó en la Ciudad de Buenos Aires y el mayor descenso en la Patagonia, que los estadistas querían poblar. Las diez provincias con menor tasa de natalidad son: La Pampa, San Luis, Buenos Aires, Córdoba, Chubut, La Rioja, Río Negro, Santa Cruz y Santa Fe. Por su parte, las que muestran las tasas más altas son el Chaco, Misiones y Formosa.

Algunos podrían argumentar que la dicotomía mundial de que cuanto más pobre es una sociedad mayor es su índice de natalidad. Tampoco faltarían los que afirmarían que una alta tasa de natalidad es el origen de la pobreza. 

Sin embargo, y para seguir con el razonamiento de los elegidos y los descartados, hay que comenzar por aceptar que una pirámide poblacional recesiva, vale decir una en la que predomine la población adulta y la anciana, es –a largo plazo– insostenible. Y que cuando esta situación se agrava, como es el caso de varios países europeos, sólo puede apelarse a políticas demográficas natalistas, como es el caso de Rusia, o a aceptar la sustitución de los descendientes nativos por la llegada de inmigrantes jóvenes que hagan las tareas que los más viejos ya no pueden o no quieren hacer. 

Tal como lo afirma la periodista e historiadora Claudia Peiró, “la última vez que un Gobierno reflexionó sobre el tema del poblamiento fue en 1973, durante la efímera tercera presidencia de Juan Domingo Perón. Desde entonces no es tema que desvele a la dirigencia política argentina. Más aún, en el último tiempo son cada vez más los que se suman a una absurda tendencia antinatalista en un país despoblado como la Argentina”.

Una vez más comprobamos que carecemos de ideas claras y de políticas de Estado y que solo seguimos modas o sugerencias interesadas, las que están lejos de beneficiarnos. Como parece ser el caso de nuestro ministro de Educación, quien recibe instrucciones de Open Society en lo relativo a políticas de género, o al gobernador de Buenos Aires, que gasta su exiguo presupuesto para la compra de medicamentos para inducir abortos.

Por otro lado, nuestro ministro de Salud reconoce que no supo anticipar los problemas que nos trajo y nos traerá la pandemia del coronavirus. En pocas palabras: “Argentinos, a las cosas”.

 

El autor es director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.