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El chileno que fundió balas para el Ejército Libertador

Fray Luis Beltrán, colaborador del entonces coronel mayor San Martín, no tuvo una participación preponderante dentro de la artillería del ejército asentado en Mendoza. Quien realmente lo hizo fue un chileno de apellido Rodríguez.

13 de junio, 2019 - 12:14

Uno de los mitos más significativos de la gesta sanmartiniana tiene que ver con el fraile Luis Beltrán y la fundición de cañones y balas para el Ejército de los Andes en  las bóvedas de Uspallata. Esta versión, que aún se mantiene viva, nació a fines del siglo XIX, ya hace más de 130 años.

Fray Luis Beltrán.

Lo cierto es que este colaborador del entonces coronel mayor San Martín, no tuvo una participación preponderante dentro de la artillería del ejército asentado en Mendoza, al que desde 1814 a 1816 se lo denominó Ejército de Cuyo.

El teniente Luis Beltrán dirigió una pequeña sección denominada Maestranza y fue un chileno llamado Pedro Pascual Rodríguez el encargado de realizar algunos ensayos de fundición a principios de 1815.

Difíciles momentos para Cuyo

En setiembre de 1814, asumió el coronel José de San Martín como gobernador intendente de Cuyo. Veinticinco días después, se produjo la reconquista de Chile por el ejército realista. Inmediatamente después de estos sucesos, San Martín planeó una estrategia defensiva ante el inminente peligro de invasión a la capital cuyana.

Sin perder el mínimo de tiempo, reorganizó las milicias, formó el Batallón Infantería de línea N° 11 y pidió refuerzos a Buenos Aires.

En respuesta a ese pedido, el gobierno envió tropas apoyadas con cañones y pertrechos. Cuando llegaron, se ubicaron en la ciudad distintas reparticiones o secciones que apoyaron logísticamente al ejército, como la armería, la fábrica de pólvora, la fundición de balas y la Maestranza.

Cada una fue administrada por un encargado, y todas ellas dependían del comandante de artillería, el teniente coronel Pedro Regalado de la Plaza.

En la Maestranza se fabricaron y repararon muebles, útiles y pertrechos que llegaron desde la capital de las entonces Provincias Unidas del Río de la Plata. Como responsable fue designado el teniente Luis Beltrán.

Las bóvedas de Uspallata, en Mendoza. Nunca fueron utilizadas para fundir cañones.

Un campanero realista

Al gobernador intendente de Cuyo, le tocó bailar con la más fea, ya que a principios de 1815 se esperaba una inminente invasión realista desde Chile por los pasos principales de la cordillera. 

No fue fácil intentar autoabastecerse con los pocos recursos que habían, tanto económicos como humanos, para equipar un ejército. Desde la gobernación nació la idea de fabricar pequeñas balas de una libra para las pocas piezas de artillería que existían en todo Cuyo. 

La fabricación de municiones o piezas de artillería era en aquel tiempo muy difícil de concretar, ya que  prácticamente existían muy pocos que realizaban este tipo de trabajo. Generalmente, estos artesanos eran contratados por los religiosos para la fundición de campanas para sus templos, una tarea en la que se necesitaba tener grandes conocimientos. 

En Mendoza, había una sola persona que conocía el arte de la fundición y se llamaba Antonio Sáez.

Al saber que el señor Sáez tenía la pericia para fundir, el coronel mayor José de San Martín se reunió con él y le preguntó si podría ejecutar esa importante tarea. Pero el Libertador se encontró con un acérrimo realista, quien se negó rotundamente realizar esa labor. 

Chileno a la orden

Ante la negativa de Sáez, el brigadier Bernardo O’Higgins le hizo saber al gobernador que entre los emigrados chilenos que habían llegado a Mendoza desde Chile en octubre de 1814 había un patriota llamado Pedro Pascual Rodríguez, que tenía amplios conocimientos de fundición, química y había sido uno de los ensayistas de monedas en la capital de Santiago.

Al enterarse, San Martín se comunicó con él y, efectivamente, el chileno Rodríguez accedió a este patriótico pedido.

El hombre que fundió las balas

Pedro Pascual Rodríguez, nació en Santiago de Chile a fines del siglo XVIII. Su verdadero nombre era Pedro Pascual Buján Rodríguez.  Fueron sus padres Judas Buján y Gertrudis Rodríguez. Como muchas personas del país trasandino, en aquella época se hacían llamar por el apellido materno. 

A principios del siglo XIX, Rodríguez ocupó el cargo de “fiel ensayista” de la Casa de la Moneda en Santiago, en donde en tiempos coloniales se especializaban en la fundición y acuñación de las monedas.

Antigua Casa de la Moneda de Chile, donde inició sus actividades Pedro Pascual Rodríguez.

En septiembre de 1810, cuando se produjo la formación de la Junta de Gobierno en Chile, Rodríguez corrió a alistarse en las filas patriotas y fue nombrado ministro de la Casa de la Moneda. Posteriormente, figuró entre los que firmaron el Acta Constitutiva de 1812 en la metrópoli trasandina. Fue en ese mismo año que contrajo matrimonio, el 6 de octubre, con María del Carmen Mendoza Lobo Mateluna.

Documento en el que aparece Pedro Pascual Rodríguez como funcionario de la Casa de la Moneda chilena.

Después de los sucesos de Rancagua del 4 de octubre de 1814 y la toma del territorio chileno por parte de los realistas, Rodríguez y su esposa partieron como otros chilenos patriotas hacia Mendoza en donde se establecieron.

A fines de 1815, el fundidor trasandino fue enviado a la fábrica de armas en la estancia de Caroya, en la provincia de Córdoba, hasta finales de 1816. Después regresó a Mendoza para incorporarse en el Ejército de los Andes rumbo a Chile.

Afincado nuevamente en su tierra natal, ocupó su antiguo empleo como funcionario en la Casa de la Moneda, donde trabajó hasta su muerte, acaecida en 1830. Luego de su fallecimiento, su esposa solicitó al gobierno una pensión para mantener a sus  seis hijos.

La eterna confusión

Por mandato del comandante en jefe de la guarnición de Cuyo, le fue asignado a Pedro Pascual Rodríguez una casa en la ciudad de Mendoza para la fundición experimental de municiones de pequeño calibre.

Para reunir el material, el gobierno emitió un bando en donde se solicitó a la población la donación de bronce o hierro necesario para aquel cometido. En este sentido, Rodríguez y sus ayudantes fabricaron solamente 50 balas que luego se enviaron a la guarnición militar en la provincia de San Juan.

Este establecimiento funcionó por unos meses, cuando Rodríguez fue trasladado por el gobierno de Buenos Aires para trabajar en la fábrica de armas en la estancia de los ex Jesuitas, ubicada en la localidad cordobesa de Colonia Caroya.

Estancia de Colonia Caroya en la que se fabricaron armas y balas para el Ejército Libertador.

A fines de julio de 1816, luego de la declaración de la Independencia, el entonces Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón y el coronel mayor San Martín se reunieron en la ciudad de Córdoba. Pueyrredón, acordó con el Padre de la Patria el envío de armas, uniformes y pertrechos para la organización del Ejército de los Andes, que debía cruzar la cordillera y liberar el territorio chileno. 

Entre los meses de setiembre y diciembre de ese año, este material  llegó desde Buenos Aires, dejando como huella que en ningún momento el religioso Luis Beltrán tuvo incidencia en ello como tradicionalmente se dice.