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Una pequeña Escocia en San Rafael

27 de marzo, 2019 - 09:49

Es una historia poco conocida: luego de que nuestro territorio se independizara de España, en 1820, llegó a Mendoza el médico y naturalista escocés John Gillies.

Su idea era fundar aquí una colonia y, si no hubiera tenido que regresar a su tierra por motivos de salud, probablemente muchos de los sanrafaelinos tendrían hoy apellidos como McGregor, Patterson, McIntosh, Campbell y Scott entre otros.

El escocés de las flores

John Gillies era un médico y botánico escocés que había formado parte de la Marina Real Británica durante las guerras napoleónicas. Tiempo después, una enfermedad pulmonar hizo que eligiera a Sudamérica como destino para reponer su salud.

El botánico escocés John Guilles llegó a Mendoza en 1820.

Su amigo y coterráneo John Parish Robertson le recomendó estas latitudes y el escocés se decidió entonces por viajar a Chile.

En mayo de 1820, el científico llegó en barco al puerto de Buenos Aires. Allí conoció a William Colesbery, médico estadounidense que residía en Mendoza y quien fue un gran amigo del General José de San Martín. El norteamericano lo invitó a viajar juntos hasta una de las provincias de Cuyo.

Por aquellos años, Mendoza era una pequeña aldea con casas bajas de adobe con frentes pintados a la cal de color blanco. Eran tiempos en los que el doctor Tomás Godoy Cruz estaba al mando del Poder Ejecutivo local. 

Después de un viaje que duró más de sesenta días, el científico escocés llegó a la ciudad y fue presentado por su amigo a la  alta sociedad mendocina, que lo recibió con los brazos abiertos y en la que hizo muchos amigos.

Inquieto, el doctor Gilles inició al poco tiempo sus actividades como naturista, investigando animales y plantas autóctonas que eran desconocidas en Europa.     

Llevaba consigo un cuaderno en el cual anotaba todo lo referente al mundo animal y mineral. Y organizó una de las primeras expediciones al cerro Tupungato.

Un amigo mendocino llamado Gualberto Godoy le comentó que existían unos terrenos muy productivos y de poco costo, al sur del fuerte de San Rafael. Entusiasmado, Gillies pensó que en aquel inhóspito lugar podría fundar una colonia y traer desde Escocia a un contingente para trabajar la tierra.  

Fuerte de San Rafael.

Esta idea hizo que comprara un gran terreno en la zona.

Una ganga

Estos campos que adquirió el británico, se ubicaban en un paraje llamado Piedras de Afilar. John Gillies se los compró al renombrado cacique Vicente Goyco por cuatrocientos caballos, un par de espuelas y diez cargas de vino.

Este lugar estaba situado entre los ríos Diamante y Atuel, en las estribaciones de los Andes. 

El escocés vislumbró que esas tierras serían excelentes para la agricultura, ya que dos ríos las regaban. Por supuesto, servirían para establecer una colonia agrícola británica.

Río Atuel, cerca de donde el escocés le compró los terrenos a los indios.
El río Diamante, tierra en la que se iban a sentar los colonos escoceses.

Solo fue una ilusión

Tiempo después de comprar esas tierras, Gillies las visitó por primera vez y se entusiasmó aún más cuando vio ese lugar estratégico. También se dio cuenta de que en esa zona había varios pasos cordilleranos que comunicaban con las localidades chilenas de San Fernando, Curicó y Talca.

Esto le sugirió la idea de realizar un viaje al Reino Unido para traer más de doscientos escoceses en calidad de colonos. Pero aquel proyecto de poblar esa zona se vio empañada cuando Gillies comenzó a experimentar graves problemas de salud al complicarse la tuberculosis que lo aquejaba. 

En 1828 partió hacia la ciudad de Buenos Aires y desde allí al Reino Unido. Más de 11 mil kilómetros lo distanciaban de sus soñadas tierras en San Rafael.

Varios eran los pioneros escoceses que estaban interesados en partir rumbo a Piedra Afilada, pero una triste noticia llegó desde Mendoza.

Había estallado la guerra civil entre federales y unitarios, y los mendocinos amigos, que eran unitarios, le escribieron acerca de la complicada situación. En Europa, supo que varios de sus amigos habían sido asesinados en los campos de batalla o fusilados por los federales.

El botánico y naturalista se sintió aterrorizado por estas circunstancias tan desgraciadas y pospuso el envío de los primeros colonos a Piedras de Afilar.

Nunca pudo completar su sueño, ya que falleció en Edimburgo, Reino Unido, el 24 de noviembre de 1834.