13 de diciembre, 2019 - 11:32

Evo Morales llegó a nuestro país en calidad de asilado para solicitar status de refugiado, condición que nuestro país le concedió tanto a él como a otros ex funcionarios del vecino país.

En una bienvenida y prudente postura, el nuevo canciller, Felipe Solá, advirtió al ex presidente boliviano que se abstenga de realizar declaraciones públicas y hacer política. No deja de ser llamativo que se le conceda la bienvenida a una persona que ha sido designado jefe de campaña de su partido para las venideras elecciones en Bolivia y negarle la capacidad de ejercer dicha función.

La Argentina toma una postura decididamente arriesgada al aceptar a Evo Morales en calidad de refugiado, considerando que Evo ya tenía asilo en México. No es un tema de moral, es una preocupación respecto al interés nacional y los riesgos que asume al recibirlo. Porque el problema no es qué cosa defendemos sino que interpretan otros Estados. Para países centrales como los Estados Unidos, la presencia de Evo no contempla matices: se está a favor o en contra. Misma conducta le puede caber a liderazgos regionales como el de Brasil.

Ecuador es un claro ejemplo de ésto al cobijar y proteger a Julian Assange en su embajada en Londres. Los costos de estas decisiones encarecen los potenciales beneficios.

Julian Assange

La principal preocupación es cómo contener la actividad de Evo, siendo un personaje político de alto perfil que asumió el compromiso de liderar ni más ni menos que la campaña política para que su partido recupere las riendas en Bolivia. ¿No va a dar notas? Si las da, ¿de qué va a hablar?

Si bien nuestro país, encabezado por su nuevo gobierno, tiene una postura muy clara respecto de la situación del gobierno de Jeanine Áñez –un gobierno de facto carente de legitimidad por las formas en que se constituyó, en palabras de Felipe Solá- eso no hace a la capacidad que tiene nuestro país de “participar” en el desarrollo de su realidad política. No respetar eso sería injerir en la soberanía boliviana. Precisamente esa discusión es la que se erigió para referirse a las posturas tomadas respecto a la situación en Venezuela. Y uno de los aspectos fundamentales que cruza ese debate es la capacidad que tiene Latinoamérica de saber tomar distancia de los Estados Unidos. Aun cuando se tengan circunstanciales coincidencias.

El tema no es menor considerando los factores domésticos como los externos: respecto de los primeros, cómo resolver las posturas sabidamente disimiles al interior del nuevo gobierno (cómo contener a segundas y terceras líneas –¿Grabois?- de hacer partícipe a Evo Morales del día a día); respecto de lo segundo, cómo lidiar con los Estados Unidos considerando la necesidad de llevar adelante negociaciones muy ásperas respecto de la restructuración de la deuda, por empezar, y otros menesteres como la futura decisión acerca del desarrollo del 5G.

No hay que olvidar que la región se encuentra en estado de ebullición y nuestro país ha quedado cercado en sus afinidades ideológicas. Parte del gobierno puede interpretarse como pragmático, pero otra parte fundamental del mismo, el kirchnerismo, es conocidamente un actor que pregona sus lineamientos ideológicos.  

En definitiva, nuestro país eligió jugar al “quemado” por voluntad propia sin intenciones de devolver la pelota.