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Sin brújula ni timón

La disolución de las instituciones podría ser el resultado de un país que está perdiendo su sentido de la orientación y nadie acierta el rumbo

25 de septiembre, 2022 - 08:08

Encerrada en su difícil cotidianidad, la sociedad argentina parece haber perdido la capacidad de reacción ante un estado de cosas que la acorralan y desaniman por los cuatro costados.

Estamos en un país que sufrió la pandemia como los demás, pero el Gobierno la administró tan mal que el saldo fue de los más negativos.

A esto se suma el deterioro imparable de una economía que tiene como el peor de los efectos el incremento de la pobreza y la indigencia.

Este diagnóstico es repetido día tras día en todo comentario o análisis que se haga sobre la Argentina.

Como un mantra es repetido por cuanto funcionario o dirigente de cualquier sector tenga un micrófono o una cámara cerca.

Todos lo perciben y lo reconocen, pero ninguno se hace cargo, no ya de haberlo provocado, sino de hacer alguna propuesta concreta para empezar a remediarlo y casi se está aceptando como un destino inexorable.

La sociedad se siente oprimida y castigada, y el tema de conversación más habitual es la disconformidad, cuando no la desesperanza, y el ejemplo más devastador es la resignación de tantas familias que prefieren ver partir a sus hijos a que se queden en el país para luchar por un futuro que no ven pero le temen.

A la angustia de no estar seguros de proveer a la mesa familiar durante todo el mes se suma la incertidumbre de no poder pagar las deudas, no ya de una compra especial o un viaje, sino de los gastos diarios de comida u otros abarrotes para la vida diaria.

La presión que se acumula en las personas individualmente se refleja inmediatamente en las familias y en los grupos sociales, y debería trasladarse a la sociedad en general.

Pero la bronca social generalizada aún no ocurre, salvo expresiones muy aisladas de violencia o los enajenados que se animan a subir a la superficie, como “la banda de los copitos”, cuyas conexiones -si las hay- aún no se conocen, y no se ven expresiones espontáneas masivas de hartazgo.

En general las manifestaciones multitudinarias están organizadas, guiadas y pagadas por el oficialismo o las organizaciones afines al kirchnerismo gobernante.

La izquierda tradicional ha incrementado sus adherentes y se nota en sus movilizaciones, pero en tanto no se desprenda de su dogmatismo obsoleto va a seguir siendo un grupo testimonial que esporádicamente participa de un sistema institucional que a la vez dice aborrecer.

Por el momento ese sector de la política no tiene poder decisorio en las instituciones, sí en cambio crece su influencia en algunos sectores sindicales.

Los frentes políticos mayoritarios no están sintonizando desde hace tiempo las necesidades de la gente, que está rayando la desesperación.

Desde el kirchnerismo, el objetivo principal es mantener el poder a como dé lugar, todo eso centrado en un culto a la personalidad que ya está tomando connotaciones religiosas.

En tanto, en la oposición mayoritaria el discurso prorrepublicano -sin duda elogiable- no se hace eco de la desesperación de millones de argentinos sumidos en la pobreza y en la impotencia.

Las inversiones y el volumen de las reservas, Vaca Muerta, los discursos que farfulla el Presidente o la política exterior, han dejado hace tiempo de ser preocupación diaria de la mayoría de los argentinos.

El estado de postración anímica de la sociedad es muy preocupante, porque puede ser caldo de cultivo para cualquier experimento demencial y autoritario o estallar finalmente y sumir a la Argentina en un estado de mayor anomia que la existente y pasar a una situación de anarquía.

Detrás de la anarquía está la violencia, como lo ha demostrado la historia. La disolución de las instituciones sería el resultado de un país que está perdiendo su sentido de la orientación y nadie acerca una brújula.