|08/03/20 01:18 PM

La lucha por lo que queda

La sorda lucha entre sectores vitivinícolas muestra acabadamente las dificultades que para cualquier empresa de este país significa, no ya la subsistencia, sino el crecimiento y la prosperidad.

09 de marzo, 2020 - 07:13

La Vendimia mostró, en sus eventos empresarios, una lucha sorda entre sectores que incluyó desde pase de facturas hasta desplantes. Eso sí, todos ratificaron su voluntad de diálogo y acuerdo, de trabajar para adelante, de buscar soluciones, aunque luego se negocie por los retazos de lo que queda.

¿Son culpables de esta situación? Es discutible. En realidad, muestran acabadamente las dificultades que para cualquier empresa de este país significa, no ya la subsistencia, sino el crecimiento y la prosperidad.

En la vitivinicultura, como en toda la industria, la negociación se basa en la obtención de pequeñas medidas que beneficien, que permitan mantener el barco a flote, pulsear por la permanencia, por lograr algún espacio en góndola, alguna cuota en un embarque al exterior, y juntar algunos dólares de cotización oficial para afrontar costos de insumos a un dólar real, un tercio más caro que el que ingresó.

La vitivinicultura, como cualquier industria en este país salvo honrosas excepciones, no es competitiva. Y lo grave es que esa falta de competitividad no se basa en las propias limitaciones o incapacidades de los empresarios, no se debe a la calidad de los productos, no se debe a obsolescencias tecnológicas. Nada de eso: se debe a una serie infinita de decisiones políticas que castigan severamente lo que en otros lares es normal y razonable.

Por empezar, cualquier empresa en Argentina tiene, en estos momentos, un socio mayoritario e implacable que se quedará con una gran parte de la ganancia, pero a cambio de no aportar nada. Se llama Estado.

Sería aceptable como socio si, al menos, contribuyera con algunos insumos necesarios que le legitimarían su papel de socio: un sistema crediticio aceitado, relaciones internacionales que abran puertas de salida ventajosas a mercados prósperos, sistemas de infraestructura de logística, de aduanas, de transporte que faciliten y agilicen los movimientos de riquezas. En síntesis, que cumpla un papel de Estado.

A veces, suma incluso otros socios paralizantes, como los sindicatos, que se sientan en el directorio a reclamar, pero nunca a aportar. Que son responsables en parte de la torpeza de movimientos y exceso de costos de, por ejemplo, el transporte.

De lo que se produce, muchos se llevan gran parte sin poner nada, esa sería la síntesis.

Lo que queda entonces es una lucha por el reparto de migajas, cuando la lucha debería ser por modificar esa estructura patológica que vuelve todo inviable.

Muy lejos se está de ello cuando, en realidad, lo que practica el Estado –y cada vez con mayor voracidad- es la apropiación de todo lo que puede de los sectores productivos, para distribuirlo con un discutible espíritu “solidario” entre receptores de migajas perpetuados en esa situación, pero útiles a los fines de la preservación del poder.

Es una mirada dura, descarnada, tal vez extrema. Pero es casi patéticamente lo que mostró Vendimia. Un todos contra todos disimulado tras sonrisas corteses y canapés bien regados.