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Quédate en casa

23 de marzo, 2020 - 06:45

Cuando éramos niños y en la escuela aún imperaba el criterio de autoridad, una sanción posible ante las faltas menores, las desobediencias, o errores garrafales en algún escrito, consistía en escribir repetidamente una frase.

Por ejemplo, escribir cien veces “no debo conversar en clase”, y entregar esa hoja para una exhaustiva revisión.

Tal vez, amparados bajo el viejo refrán que reza “la letra con sangre entra”, aquellos magníficos maestros que nos enseñaban a leer, a escribir, a tener conducta, a respetar las jerarquías, y eran la segunda madre en el segundo hogar, se terminen pareciendo en algo a estas autoridades que nos repiten cien veces quédate en casa.

¿Por qué? ¿Es que todavía somos niños que no sabemos las normas, que desafiamos para conocer los límites? Puede haber algo de eso, pero es una mirada benévola, perdonavidas, de las que más nos gustan a los argentinos.

La realidad es peor. Se trata de instalar con urgencia, como cuestión de vida o muerte (y lo es) una conducta de acatamiento a las reglas en un país caracterizado por la anomia.

Muchas veces, para agregar drama, la necesidad imperiosa de pedir el acatamiento viene de los mismos sectores que se han beneficiado de la anomia, la han hecho la pecera donde pescar.

Del otro lado está el argentino medio, el que cree que las leyes están hechas para los otros, el que desafía la cuarentena saliendo a andar en bicicleta, y en el medio, sube un video a sus redes diciendo “salgan cagones, el coronavirus me la chupa”.

Lo curioso es que luego ese tipo se quejará con rictus serio de aquellos que no cumplen, sintiéndose ciudadano ejemplar.

La pandemia cae en el medio de esta sociedad que reclama obligaciones para los demás y derechos para sí mismo. Esto la hace terriblemente vulnerable, más que las deficiencias sanitarias, la falta de respiradores o la escasez de camas en los hospitales.

Varios estudios sociológicos demuestran con claridad meridiana esto que sostenemos. Consultados, por ejemplo, cómo manejamos los argentinos, la respuesta preponderante es “somos un desastre”. Cuando la pregunta es personal, cómo maneja usted, la respuesta es “muy bien”.

El mismo fenómeno se verifica en la educación: pensamos que es un desastre, pero cuando se nos pregunta por la educación de nuestros hijos, la respuesta es “muy buena”.

No ser parte de lo malo que nos pasa es una percepción tan generalizada que desvela a científicos y pensadores

Dicho simple, la mayor fragilidad de la Argentina, ante esto, está en nuestras propias conductas.

Deberían mandarnos a escribir cien veces “debo quedarme en casa”, remedando aquel “país jardín de infantes” de María Elena Walsh.

Entonces, lo que se dice como consejo –quédate en casa–, es legítimo que pueda decirse como orden: quédate en casa.

No es autoritarismo, esa palabra que nos encanta decir para sentirnos atropellados. Es bien común.

Desde acá te lo pedimos. No podemos ordenarlo, pero te lo pedimos: por vos, por los que amas, por tus hijos o padres. Por mí. Quedate en casa.