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El Milagro de los Andes: sensaciones de un sobreviviente a medio siglo de la tragedia

Carlos Páez es uno de los uruguayos que, en 1972, sobrevivió a la caída del avión en la Cordillera de los Andes. Las enseñanzas, el aprendizaje, y el concepto de la "vida"

Por Redacción

13 de octubre, 2022 - 11:40

Tenía 18 años en 1972. En el avión de la Fuerza Aérea Uruguaya viajaban 45 personas, entre tripulantes y pasajeros. El viaje, desde Montevideo a Santiago de Chile, tuvo una parada en la ciudad de Mendoza. Pero la nave nunca llegaría a destino: se estrelló en plena Cordillera, y del accidente sobrevivieron apenas 16 personas. El caso tuvo repercusión mundial años después, pero lo vivido en esos momentos marcó para siempre la vida de Carlos Páez.

En diálogo con Infobae, el ahora publicista, abuelo y conferencista confió que "la mayor enseñanza que me dejó la cordillera es que uno siempre se la cree. Y a todos nos pasó: primero el accidente, después enterarnos de que no nos buscaban, luego la avalancha...". Junto con sus compañeros, y gracias a una radio que a duras penas transmitía algo de noticias (y que eventualmente dejó de funcionar), se enteró de que el mundo había dejado de buscarlos. ¿Qué hacer entonces? ¿Pelearla o bajar los brazos?

"El mundo seguía andando y nosotros estábamos a 3.500 metros de altura y con 25 grados bajo cero. Y a cada 'no', el grupo aprendió a decir que ´sí'", explica Páez.

Hace 50 años, el 12 de octubre de 1972, los integrantes del Old Christians Club de Montevideo partían rumbo a Santiago de Chile para jugar un partido de rugby. La primera advertencia apareció en Mendoza, escala obligada antes de pasar al vecino país. Un frente de tormenta no había permitido la salida, por lo que tuvieron que esperar todo un día hasta que, a las 14:18 del viernes 13, el avión despegó desde la Base Aérea Tamarindos, en el departamento de Las Heras.

A pesar de que el capitán de la nave había hecho la misma ruta 29 veces, un error de cálculo hizo que la nave perdiera altura antes de lo previsto. El resultado: se estrelló de lleno en el Glaciar de las Lágrimas, cerca de El Sosneado, en el sur de Mendoza, y apenas a 1.200 metros de la frontera con Chile.

Carlos Páez, hijo del pintor uruguayo Carlos Páez Vilaró (fallecido en 2014) tiene presente que pudo haber muerto allí mismo. "Recuerdo todo: la turbulencia, el ruido de los motores cuando el piloto quiso elevar la nave, un Ave María que recé, el golpe con la montaña, el desprendimiento de la cola del avión, la frenada en la nieve...", comenta todavía con emoción. Pero lo que más lo impresiona hoy, a medio siglo de distancia, es el silencio inicial. La nada misma. El intento de reaccionar a semejante imprevisto.

"Al volar, uno piensa que el avión se puede caer. Pero cuando se cae, uno se convence de que no puede caerse. Yo era un nene mimado en Uruguay, al punto que tenía hasta niñera. Pasé 70 días con mis mocasines marca Guido, a casi 4.000 metros de altura. Pero lo que pasamos es una historia extraordinaria, y creo que afecta más porque le pasó a gente común", dice Páez, que hoy da conferencias por todo el mundo relatando lo vivido. O lo sobrevivido, para decirlo mejor.

"En esto no hubo un mérito mío, ni del hecho de ser uruguayos, ni de ser rugbistas, nada de eso. Es algo que le pudo pasar a cualquiera. Nosotros vivimos 70 días de una incertidumbre total. Y fue algo que nosotros manejamos razonablemente bien, pensá que éramos chicos de 18 años en medio de la cordillera, cuando en Uruguay la altura máxima es de 500 metros y a la nieve jamás la vimos" dice Carlos Páez en la entrevista que le realizó el periodista Hugo Martín.

Muchos piensan que la supervivencia de los uruguayos se basa en el entrenamiento de rugby que tenían. "La gente cree que éramos Los Pumas, pero éramos jugadores de colegio, ni siquiera atletas. Nos juntábamos dos veces por semana para jugar y punto. Es más, yo ni siquiera iba a jugar en Chile. Era un viaje de diversión, nomás. De los que se salvaron, solo 5 iban a jugar el partido, del colegio éramos 9 y otros 7 ni siquiera iban al colegio. En ese momento, con el Chile de Allende, como pasa ahora con Argentina, el cambio nos favorecía. Nos costó 38 dólares el viaje ida y vuelta en un avión militar. Teníamos 70 dólares para el fin de semana, era una fortuna. Estábamos acostumbrados a viajar a la Argentina, pero ir a Chile era diferente”, explica.

Nunca perdieron la esperanza, ni siquiera con el paso de los días y las vicisitudes que les tocó vivir. "Si alguien perdía la esperanza, siempre había alguien que lo levantaba. Como ejemplo, te digo que fui el único que se sacó la camisa para una foto, porque yo quería llegar bronceado a Punta del Este". Se acercaba el verano, y lo que pudo ser un acto de frivolidad era, en el fondo, esperanza. "Me sentía como el personaje de 'La Vida es Bella'", relata Páez.

Roles, tareas, responsabilidades

"Las tareas y roles esaban absolutamente divididos. La nuestra es una de las historias más notables de trabajo en equipo. Había tres estudiantes de medicina, por ejemplo, y asumieron ese rol. Roy Harley era estudiante de ingeniería y se encargó de la radio. Daniel Strauch era el inventor, hizo algo con almohadones para caminar sobre la nieve, o los lentes negros. Yo era el tapiador oficial del avión. Pero lo mejor que hice con mis manos, y creo que en mi vida, fue coser la bolsa de dormir improvisada para Parrado y Canosa cuando salieron a buscar ayuda. Allá arriba, en verdad, no hubo un “chico de la película’', detalla el publicista.

Nunca hubo víveres. Apenas una lata de mariscos para compartir entre 26 personas. Al enterarse de que el mundo ya no los buscaba, surgió la única chance para poder alimentarse: la carne de sus compañeros muertos. "Nosotros priorizamos el derecho a la vida y el derecho de volver a casa. Yo no peleaba por ser parte de un libro, o de una película, o para hacer notas. Peleaba por vivir. Quería volver a ver a mi mamá, a mi papá, a mi perro" relata emocionado el sobreviviente. "Mi viejo nunca perdió la esperanza, y nunca dejó de buscarnos. Fue el rol que le tocó jugar", agrega.

Tiempo después de caer en la cuenta de que ya nadie los buscaba, surgió la necesidad de buscar ayuda. Y la tarea cayó en Parrado y Canessa. "Pero nadie decidió eso. Nando (Parrado) había perdido a su mamá y su hermana en el accidente, y Roberto (Canessa) era el que más entero se veía físicamente. Así, ambos se dirigieron hacia la frontera, donde finalmente encontraron a Sergio Catalán, un arriero chileno que los ayudó a definir el rescate.

De la Tragedia de los Andes se escribieron 26 libros, se hicieron 9 documentales, dos obras de teatro, y varias películas, entre las que sobresale "¡Viven!". "Esa película está bien intencionada, pero está llena de glamour", dice Páez, quien adelantó que está en desarrollo otro largometraje que, según el publicista, "será otra cosa, algo inolvidable". Como inolvidable será, para los sobrevivientes y para todos, la historia de vida, fuerza, dolor y esperanza más grande de los últimos tiempos.