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Ciertos argentinos, en las buenas y en las malas, ¡son peores!

23 de marzo, 2020 - 06:44

El avance de la pandemia del coronavirus que rápidamente arrasa, sin miramiento alguno, a los países más desarrollados del mundo, dispuso que Argentina se paralice por completo.

El objetivo es que al momento del fuerte impacto del virus en esta parte del planeta, sea amortiguado por esas medidas que no tomaron las naciones que cuentan a los contagiados y sus muertos por horas.

La voluntad gubernamental nacional, provincial y municipal, como hacía mucho no se veía, junto a científicos y médicos, es determinante para que el mortal efecto sea mínimo.

Del otro lado de la vereda, ese objetivo de tantas medidas, la gente, con un comportamiento que espanta.

Actitudes que a todas luces se mezclan sin eufemismo alguno: “irresponsabilidad, egoísmo, perversidad, aprovechamiento y un desprecio a la vida de los suyos, mucho más de los demás”.

A penas se supo que el coronavirus llegaría a nuestras tierras, los primeros en sobresalir en ese grueso irresponsable de argentinos fueron, cuándo no, los comerciantes. Gran número de ellos aumentando descontroladamente precios de alimentos, mercaderías, antipiréticos, diferentes formas de alcoholes, barbijos y otros enseres domésticos no tan necesarios.

La reprochable y especulativa medida fue porque se sabía que llegaría gente que saldría a comprar de todo, aun lo que no les era necesario.

Así, de la noche a la mañana, lo que salía $20 se ofreció a $80, $100 o más. El palpable ejemplo fueron los frasquitos de alcohol en gel de 70 cm3,  que se llegaron a vender a $180, y en algunos lugares donde el comerciante no se ruborizaba ante inocultable caradurez, a $240. De esa manera se presentó el panorama, sin control alguno.

Con el transcurrir de los días, y mientras los organismos del Estado ya le decían a la comunidad argentina que se tomarían medidas extremas y necesitaban su acompañamiento, la respuesta fue salir a abarrotar híper y supermercados, esquilmando todo tipo de góndola sin importar el producto que se llevaba.

Fenómeno jamás visto que con embotellamiento vehicular, largas horas de esperas para entrar, comprar y pagar.

Todos estaban allí, amontonados, empujándose, trompeándose y tironeando mercaderías. Una grotesca imagen  que se multiplicó en todo el país y cada rincón del mismo. Mientras las señales y anuncios desde las esferas de gobierno decían todo lo contrario. Cuidarse, no salir, cuidar a niños y ancianos manteniendo distancias y medidas para evitar contagios.

Muchas personas no escucharon (¿escuchan?) o no quisieron escuchar y dimensionar con lo que nos estamos por enfrentar.

Muchas de ellas hicieron y hacen lo que les plazca. Así se notó, aun cuando el Gobierno dispuso cerrar escuelas, colegios, universidades, clubes, plazas y toda actividad cultural y deportiva.

Nada las hizo cambiar con las primeras medidas fuertes que nunca se habían tomado, aún con aquella nefasta incursión de la Gripe A. Muchos con el comportamiento de una vida normal, salir en la noche, atestar bares e inclusive planificar minivacaciones en el fin de semana largo.

Tras declararse la obligada cuarentena en todo el territorio nacional la joda siguió y la continuaron aquellos muchos que invadieron centros comerciales, intentaron vacacionar y salir de sus casas para juntarse con amigos a alcoholizarse. También las inescrupulosas actitudes de muchos comerciantes.

Es inconcebible que el Estado haya tomado medidas que son exclusiva responsabilidad de los ciudadanos. Que las fuerzas de seguridad deban recorrer las calles para que la gente haga lo que hace mucho debería haber hecho: quedarse en sus casas.

Todas las personas que continúan actuando sin la más mínima señal de consciencia responsable son un verdadero problema para ese otro país que, azorado y muy preocupado, está haciendo lo único que se debe hacer para intentar detener la energía mortal de la pandemia del coronavirus: aislarse.

Quedarse en sus casas con todas las medidas de higiene sobre los integrantes de la familia, evitando contacto callejero e intentando aplicar ese difícil cambio de hábitos que a muchos nos duele, pero que son necesarios.

No compartir un mate, no abrazarnos, besarnos, acariciar a nuestros viejos, extender la distancia del diálogo confidente y el poder correr con nuestros niños en plazas y en el parque.

Hoy solo son cuatro los muertos que el coronavirus importado produjo. ¿Los muchos irresponsables que pululan entre nosotros, deben tener más muertos para reaccionar?

Uno no pensó jamás que esta parte de la Argentina existía. Que tan fuerte es la ceguera y la sordera de gente que no tiene lo mínimo para considerarse ciudadano, mucho menos, persona.

Ojalá la enérgica postura de los que sacrificamos todo para que el coronavirus sea en unos meses una reflexiva pesadilla en la salud del hombre, prevalezca junto a lo que la Nación y la Provincia hacen para evitar que nuestros seres queridos la padezcan, sufran y fallezcan.

Toda una incógnita que se develará con el paso del tiempo, salvo aquello que ya quedó demostrado: que hay argentinos que en las buenas o en las malas, son peores.