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La geopolítica de los sombreros

En una sociedad sin ningún tipo de restricción, la curva de contagio exponencial del coronavirus se asimila a un sombrero mexicano.El escenario en una población aislada vecina de otra donde no hay controles, el sombrero es de ala ancha y copa un poco más baja que el anterior.Cuando la circulación social es restringida moderada, será un Borsalino y, si hay restricción total, la curva nos recuerda a una boina

30 de abril, 2020 - 14:14

 "We need to squash this sombrero" (“Tenemos que aplastar a este sombrero”), lanzó el primer ministro británico Boris Johnson en un spanglish digno de mejor causa.

¿Qué quiso decir? Se refería al gráfico que su asesor científico, Patrick Vallance, le había mostrado con los cálculos de la evolución de la pandemia del COVID-19, donde la Curva de Gauss, típica de toda predicción estadística, tenía la forma de un sombrero mexicano de copa alta. O en palabras sencillas: los contagios se disparaban geométricamente. 

En términos similares, durante su conferencia de prensa del último domingo el presidente Alberto Fernández también se refirió a esta curva diciendo que había que aplanar la curva de la pandemia.

Hoy por hoy, la gran pregunta que buscan contestar los líderes mundiales es cómo hacerlo, ya que no hay acuerdo al respecto. Veamos.

Por un lado, se encuentran los decisores políticos, como el ya mencionado Johnson y nuestro vecino Jair Bolsonaro, que buscan aplanar la curva pero no ambicionan eliminarla por completo.

Ellos creen que  "la inmensa mayoría de los contagiados sufrirá trastornos leves, y de ese modo conseguiremos construir cierta inmunidad de grupo para que más y más gente sea resistente a la enfermedad y reduzcamos el número de contagios", como explicó a la BBC Chris Witty, director médico del gobierno británico.

Por otro lado, líderes como Donald Trump han adoptado un enfoque distinto: quieren aplanar la curva, es más, lo quieren hacer cuanto antes, a los efectos de reducir los contagios y, especialmente, las muertes.

Es porque estiman que de no hacerlo todo su sistema de salud colapsará, como ya está pasando en Europa, y aprecian que tal situación puede disparar otras consecuencias muchas más indeseables, como un levantamiento civil.

Más allá de las razones médico-científicas que cada una de estas posturas pueda tener, hay otras de naturaleza económica, política y geopolítica.

A nadie se le escapa que la crisis del coronavirus ya produjo gravísimas consecuencias económicas, la que no terminan de desenvolverse en su totalidad.

“Acabamos de presenciar un colapso global en los precios de los activos que no hemos visto antes. Ni siquiera en el 2008 o en el 2000.

Todos estos comienzos anteriores de los mercados en baja ocurrieron con el tiempo, relativamente lento al principio, y luego se aceleraron.

Este colapso proviene de algunas de las valoraciones históricamente más extendidas que han creado el escenario para la mayor trampa de la historia.

El coronavirus –que nadie podría haber predicho– está castigando, brutalmente, a los inversores que se mostraron complacientes con la historia de expansión múltiple que Wall Street les vendió.

Se ignoraron las señales técnicas que delinearon los problemas con anticipación, mientras que había expertos que ya estaban previendo una explosión masiva antes de que alguien haya oído hablar del “virus corona”,  nos dice el economista Tyler Durden, de la evaluadora de riesgos financieros Zero Hedge.

Para seguir con el tema que nos ocupa, hay que reconocer, por ejemplo, que está claro que países como la Gran Bretaña y el Brasil han privilegiado no detener a sus respectivas economías y que los EE.UU., por el contrario, han apostado a la salud de su población y a mantener la gobernabilidad en sus territorios.

¿Cuál de las posturas es la mejor? Todavía no lo sabemos, pero podemos hacer una aproximación.

Al respecto, hay un estudio realizado por el Centro de Ciencia e Ingeniería de la prestigiosa universidad norteamericana John Hopkins mediante el empleo de una simulación estadística asistida por modelos computarizados que simulan diferentes escenarios para predecir el comportamiento de la denominada “curva de contagio exponencial”.

En el primer escenario se simula el de una sociedad en la que no hay ningún tipo de control ni restricción. El resultado es el ya bautizado con el del “sombrero mexicano”: en poco tiempo, casi el 100% de la población termina contagiada.

El segundo escenario es uno en el que conviven una población aislada vecina de otra en la que no se realizan controles ni se imponen restricciones. Este sería el caso de la experiencia China en Whuan.

El modelo muestra, que –eventualmente– habrá algunos individuos que aunque sean pocos, terminarán rompiendo la cuarentena y contagiando a los de la población vecina. Es un sombrero de ala ancha y copa un poco más baja que el mexicano.

El tercero, por su parte, emplea el criterio de “circulación social restringida moderada”. Vale decir, las autoridades han restringido grandes reuniones sociales y prohibido la realización de los eventos de mayor concurrencia.

En la simulación la curva se reduce bastante, pero sigue siendo alta. Vendríamos a tener la forma de un sombrero como el que usaban nuestros abuelos en la década del 50, los famosos Borsalino.

El cuarto y último escenario se basa en el criterio de “circulación social restringida total”, en el que las autoridades imponen una cuarentena total en todos sus ciudadanos en todos sus territorios y cierran sus fronteras con las poblaciones vecinas.

En este caso, los contagios son mínimos y la pandemia se detiene. Más que un sombrero, la curva que se forma nos recuerda al de una boina vasca.

Hasta el momento, las autoridades nacionales han venido adoptado el criterio de “circulación social restringida moderada”.

Pero mientras estas líneas están siendo escritas, intuimos que —pronto–  adoptarán la forma  “restringida total”. 

Una modalidad que, por otro lado, ha sido adelantada por el Gobierno de la provincia con una batería de medidas acertadas y que marcan el camino a seguir en esa dirección.

En ese sentido, creemos que en toda crisis el factor tiempo es, absolutamente, prioritario. Ya lo dicen los expertos en crisis: todo se puede reponer, hasta una salud deteriorada; pero el tiempo perdido jamás podrá ser recuperado.

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.