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VUL-nerables

En esta instancia, la Argentina avanza a ciegas, cayendo en todos los pozos. Eso sí, somos cada vez más vulnerables.

08 de octubre, 2018 - 07:24

Parece un juego de palabras, y si bien lo es, constituye una de las síntesis más acabadas de lo que representa nuestro país hoy. En la semana que comenzaron a aplicarse las nuevas medidas económicas, con la entrada en vigencia de una nueva “tablita” para la flotación del precio del dólar, los economistas y analistas salieron a explicar cómo será, sectorialmente, la salida de la crisis.

Para ello recurrieron a la sigla VUL, es decir, habrá sectores que se recuperarán rápidamente, con la gráfica en forma de V corta; otros que tendrán una permanencia en el fondo para luego reaccionar más lentamente, la letra U, y finalmente sectores a los que se le augura permanecer deprimidos por más tiempo, aplicando en este caso la letra L.

Está claro que no hay nada nuevo bajo el sol. Como sucede luego de cada devaluación, los sectores de rápida recuperación son los ligados a las exportaciones. Al respecto ya hay datos que lo comprueban. Por ejemplo, las exportaciones de productos lácteos aumentaron 24,3% en volumen y 18,4% en valor, entre enero y agosto de este año, en comparación con igual período de 2017.

Las economías regionales se verían entre las beneficiadas por este rebote. Puntualmente hablando de Mendoza, vinos y ajo, por ejemplo, y parte de la fruticultura. También, como es obvio y ya comienza a vislumbrarse, el tipo de cambio modificará drásticamente la balanza turística, ya que será mínima la cantidad de argentinos que elijan destinos en el exterior, mientras que se espera una avalancha de visitantes de países vecinos en primera instancia, y luego de sectores más lejanos.

También se confía ciegamente en el sector energético, a pocos días de haber alcanzado nuevamente el autoabastecimiento de gas, dejando de depender de los buques regasificadores venezolanos, y de hecho volvió a abrirse la esclusa que permite vender gas a Chile.

Por el lado de la U, es decir, los sectores de la economía a los que les aguarda un tiempo más de estancamiento antes de iniciar su repunte –hablamos de plazos cercanos a un año- se especula con la construcción y la industria automotriz. Esta última aumentó sus exportaciones, en cantidad y valor, pero el mercado interno seguirá deprimido y de hecho hay suspensión de turnos de trabajo en algunas terminales. Los industriales perjuran que las inversiones prometidas en las plantas seguirán su curso, pero será una cuestión a verificar.

Finalmente, los sectores que seguirán más tiempo sin levantar cabeza, en la L de la sigla, serán los ligados al consumo: indumentaria, electrónica, electrodomésticos y sectores afines parecen los destinados al trago amargo más profundo.

Como se ve, no hay nada nuevo bajo el sol. Parece que el papel de la Argentina en el mundo seguirá siendo el de proveedor de materias primas. Si en el lenguaje decimonónico se utilizaba la frase “granero del mundo”, tras perder el siglo XX, fracaso tras fracaso, en el XXI el lenguaje oficial propone el “supermercado del mundo”. Es decir, suma la idea de agregar algo de valor industrial a lo que vendemos, pero aún permanece en el terreno de las promesas.

Una de las conclusiones cae de madura: ser un país netamente exportador, valga la perogrullada, nos pone en un lugar sumamente vulnerable. Cada crisis o remezón externo nos pega en el hígado, como hemos verificado a lo largo de todos estos años, que pese al discurso mentiroso de industrialización y bla, bla, bla fuimos en realidad sojadependientes.

Lo otro que salta de inmediato es una pregunta. ¿Puede un país agroexportador con alguna intención de agregar valor industrial a alguna de esas materias primas ser, a la vez, habitable para 44 millones de personas? ¿Seguirán tirando del carro 15 millones para mantener a todo el resto?

La cruda realidad es que la Argentina tiene sectores muy dinámicos, de vanguardia en algunos casos, con fuerte compromiso inversor, y el campo lo es a pesar de la vieja y estúpida retórica de que es conservador, atrasado, oligarquía terrateniente y otras descalificaciones.

Pero hay otros sectores que no parecen tener lugar: carentes de formación, de incentivos, dependientes del Estado hasta para la subsistencia, millones de compatriotas, víctimas del populismo que dice representarlos y solo aseguró mantenerlos en la pobreza y multiplicarlos.

Cómo se resuelve esa ecuación es la gran asignatura pendiente de la política argentina. No parece haber un solo dirigente con un proyecto de país para todos, como hubo en tiempos del granero del mundo, donde aseguraron la educación para todos pensando precisamente en la movilidad social.

En esta instancia, la Argentina avanza a ciegas, cayendo en todos los pozos. Eso sí, somos cada vez más vulnerables.