Panaderías de ayer y de siempre

Algunas desaparecieron en el tiempo y otras todavía siguen vendiendo el noble producto, pero todas forman parte de la historia provincial

25 de julio, 2022 - 08:17

Desde tiempos remotos, el pan acompaña la alimentación de los humanos. Basado en el cereal apareció con el hombre primitivo cuando este pasó a ser sedentario.

Egipcios, griegos y romanos fueron dándole diferentes formas y agregándole nuevos condimentos hasta llegar al tipo de pan que hoy conocemos producto de la industrialización.

En nuestra provincia, las panaderías se establecieron a partir de fines del siglo XIX y algunas perduraron por mucho tiempo. Quizá una de las más recordadas es La Espiga de Oro, que cerró sus puertas no hace muchos años, aunque hay otras que aún permanecen funcionando.

 

Recuerdos recién horneados

Una de las panaderías que estaba de moda a fines del XIX se encontraba ubicada frente a la plaza de la entonces localidad de San Vicente (actual Godoy Cruz) y se llamaba La Parisiense. Este negocio ofrecía al público un excelente pan francés y una gran diversidad de bizcochos del mismo origen, pero también ingleses y alemanes.

Además, tenía sucursales en varios almacenes de la ciudad, como El Proveedor, ubicado en la calle San Juan; el de José Mallman, en el Mercado Nuevo (hoy Mercado Central) o el llamado Porto Alegre, en calle San Martín. Los repartidores de estas sucursales llegaban con el pan bien calentito tanto a la mañana como a la tarde.

Otro de estos establecimientos fue la panadería La Unión Española, conocida popularmente como ‘la Mecha’. Era propiedad de Santiago Gayo y contaba con un establecimiento modelo, ya que poseía varias máquinas para amasar. Gayo también fue dueño de otro local, llamado La Esperanza, que fue equipado con tres carros de reparto.

En la calle San Luis 43 estaba La del Pueblo, cuyos dueños fueron Champion y Sebelin, quienes con sus carretelas repartían en la zona luego conocida como Cuarta Sección.

Más hacia el Oeste, precisamente en Chile 1369, se situaba la renombrada panadería Liguria, que era propiedad del italiano Luis Lorenzo Boretto. Allí, el “tano” –como le llamaban– vendía pan francés, menage y criollo.

Reparto de pan a domicilio del español Francisco Rodríguez

En 1889 se instaló en San Martín esquina Catamarca, en la ciudad, una de las más emblemáticas panaderías. Era La Espiga de Oro. y sus primeros dueños fueron los señores Calais y Panicello. Al contar con importantes adelantos técnicos para esa época, fue la envidia de algunos de sus competidores, quienes iniciaron una campaña de desprestigio de sus productos, que terminó finalmente con la venta de ese negocio.

A partir de la primera década del siglo XX este comercio fue adquirido por la familia López y se trasladó a Alem y Zuloaga. Poseía una excelente tropa de carros para repartir el pan todas las mañanas a cientos de clientes.

Máquinas amasadoras que eran una novedad en 1940

La panadería tuvo su mayor esplendor en los años ‘40, cuando fue uno de los principales patrocinadores de programas en Radio LW2 Aconcagua.

Una de las tantas competidoras que tuvo La Espiga de Oro fue La Porteña, cuyo propietario era un señor de apellido Lida. Estaba situada en General Paz 421 y su especialidad eran las medialunas “porteñitas” y los “pancitos de salud”. Además, fue también una de las primeras panaderías que tuvo teléfono a principios del siglo XX.

Un dato no menor es que en 1939, cuando un terremoto afectó a Chile, las más importantes panaderías donaron una gran cantidad de harina para los damnificados.

Estos hornos panaderos fueron utilizados en 1950

 

Algunas que ya no están

Ya en la década del ‘30 había una panadería en cada barrio. En aquel entonces se encontraban la de Los Andes, en la calle Montevideo 287; La Panificación, en Agustín Álvarez 1032; El Progreso, en Salta 1527; La Flor del Oeste, en Sargento Cabra l984; El Sol, en Colón 387. La Balear, en calle Belgrano1021 y La Antigua Torinesa, en Paso de los Andes 882.

Actualmente, muchas de estas casi centenarias siguen en pie. Tal vez, una de las más conocidas es El Príncipe de Asturias, panadería que cuenta con una historia muy particular, ya que su dueño naufragó y se salvó de milagro en 1916 en un barco cuyo nombre luego le colocó a su local.