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La primera travesía en micro al Cristo Redentor con una pasajera muy particular: Alfonsina Storni

A pesar de los cuestionamientos machistas de la época, la poetisa se aventuró a realizar un viaje que entonces constituía un verdadero desafío

06 de marzo, 2023 - 11:28

Sucedió en 1928. Un italiano, llegado a Mendoza cuando era un niño junto a su familia, tenía una idea muy particular: realizar una travesía en un transporte con pasajeros por el escarpado y angosto camino cordillerano hasta el Cristo Redentor.

El indómito pionero se llamaba Umberto Ricco, nacido a principios del siglo XX, quien con su padre tenía una fábrica de carros en plena ciudad de Mendoza, pero su verdadera pasión era un nuevo transporte llamado automóvil. Este personaje, desconocido por la mayoría de los mendocinos, tuvo la audacia de largarse a correr carreras en los incipientes circuitos de El Borbollón allá por los años 20.

Su idoneidad con estos primitivos aparatos era una de sus armas para desenvolverse en el ámbito del transporte. Pero el ítalo argentino fue más allá y se propuso modificar un vehículo para transformarlo en un rudimentario colectivo y lanzarse a la más loca aventura.

La idea en marcha

Para realizar el desafío de atravesar la cordillera y llegar al Cristo Redentor, Ricco modificó un automóvil Dodge modelo 1926 que había pertenecido a un ingeniero de apellido Taboada y estaba abandonado por un vuelco. Esa fue la base estructural para ampliar la capacidad del automóvil y convertirlo en un micro adaptado a las trepadas y a las rudas características que ofrecían en ese tiempo los caminos cordilleranos. El rodado solo tenía 300 kilómetros de recorrido.

Umberto desarmó el vehículo pieza por pieza, le adaptó dos cajas de velocidad y extendió el chasis para incrementar el número de asientos. Para las formas exteriores utilizó toda la experiencia adquirida como constructor de carruajes.

Había que realizar una prueba para ponerlo a punto, y en los primeros días de enero de 1928 emprendió el primer viaje experimental.

Por aquel tiempo era muy difícil transitar el camino cordillerano, el que consistía simplemente en una senda angosta y peligrosa por la que pasaban mulas y carruajes tirados por caballos. En cada tramo había ripio, piedras, arroyos, trepadas y descensos bruscos y esto hacía que conducir un vehículo fuera un trabajo extenuante. Las ruedas eran angostas y los autos de aquellos tiempos solo tenían frenos traseros, por lo que había que utilizar la caja de velocidad para frenarlo.

La aventura se puso en marcha y al Dodge colectivo lo acompañaría otro automóvil, de marca Manchester.

 

 

Alfonsina, una pasajera de lujo

Al conocerse la noticia del tour, comenzaron a conocerse los nombres de los viajeros que participarían en aquella empresa. El que más llamó la atención fue el de la poetisa Alfonsina Storni, quien estaba pasando unas vacaciones en nuestra provincia.

Cuando la joven se enteró del viaje, aceptó la idea con gran entusiasmo. Su decisión generó polémica y dudas sobre el final del viaje en micro. En la sociedad machista de ese tiempo, sus detractores argumentaron una infinidad de excusas para que Alfonsina no fuera pasajera. Se decía que “se exponía a un grave riesgo” porque transitaría por senderos que corrían por cornisas a miles de metros del nivel del mar, al borde de impresionantes precipi-cios; que aquel no era “un viaje para una mujer..." y hasta que era un año bisiesto. Pero todos los intentos por amedrentarla fracasaron. Alfonsina insistió y el 28 de febrero de 1928, con un vestido hasta los tobillos, un fino tapado largo de color negro y un sombrero de ala ancha –al estilo gardeliano– estuvo lista para iniciar el viaje.

A cada uno de los miembros de la expedición el pasaje le significó una inversión de cincuenta pesos, bastante dinero para aquella época.

De aquí a la eternidad

El día señalado, a las seis de la mañana, de la intersección de la avenida San Martín y Coronel Díaz, de Ciudad, salió la expedición.

El primer punto importante del itinerario fue la plaza departamental de Las Heras, para luego subir hacia el cerro de la Cal y seguir hasta la bifurcación del camino de Villavicencio y el ingreso a la magnífica Quebrada del Toro, con un espectáculo de ríos secos y la incomparable Garganta del Diablo.

Fue en ese lugar donde el amanecer tiñó de rojo al precario vehículo. La osada mujer casi no hablaba y admiraba todo. Los demás miembros del grupo comentaban los detalles de los vericuetos del camino.

El chofer, Umberto Ricco, aún no comprendía que estaba trazando un hito en la historia de Mendoza y de la cordillera de los Andes.

Al llegar a los 3.000 metros, en Los Paramillos se realizó la primera pausa para luego iniciar el descenso. Los pasajeros comentaban sobre las minas de plata y las araucarias petrificadas de Darwin mientras llegaban a la vieja estancia de Uspallata. A partir de allí comenzaba la etapa más dura de la travesía. Costeando el río Mendoza, el micro alcanzó Ranchillos y Picheuta.

El conductor enfrentó las pronunciadas subidas y los bruscos descensos que le marcaba la senda, que solo era una huella pedregosa. El próximo punto era la estación de Polvaredas del Ferrocarril Trasandino y unas pequeñas instalaciones. Mientras tanto, la joven Alfonsina admiraba la inmensa naturaleza.

Para el intrépido conductor no fue fácil ascender al cerro Amarillo, ya que tuvo que realizar infinitos zigzags y maniobras para seguir el rumbo. Después de varios kilómetros de recorrido la expedición llegó a la confluencia de los ríos Vacas, Cuevas y Tupungato. No quedaba mucho para llegar al Puente del Inca, sitio en donde finalizaba el primer día de viaje.

Los viajeros se alojaron en el hotel de esa localidad y después de almorzar, realizaron un recorrido por el puente natural. Luego llegó la hora de la cena, en la que los personajes realizaron comentarios sobre la primera jornada.

La destacada escritora, nacida en Suiza en 1892 pero criada en la provincia vecina de San Juan, había quedado impactada por el viaje.

Haciendo camino al andar

A las 5 de la mañana del miércoles 29 de febrero se inició el ascenso a Las Cuevas. Al cruzar el río Horcones, Ricco paró el micro para que Alfonsina y los viajeros divisaran el cerro Aconcagua. Ella no hizo ningún comentario pero quedó impresionada por la imponente belleza del Coloso de América.

Ya en Las Cuevas, pasaron por las oficinas del Correo, la Aduana y el destacamento de Policía para realizar los trámites migratorios. Al finalizar, el pequeño transporte colectivo emprendió el dramático ascenso hasta el Cristo Redentor.

El camino era sinuoso, con más de cuarenta curvas. Había que efectuar varias maniobras para girar en la serpenteante huella que estaba sólo habilitada para carruajes tirados por caballos. En la cumbre, a 4.200 metros sobre el nivel del mar, los viajeros se detuvieron un largo rato y en el Cristo aprovecharon para sacar algunas fotografías. Alfonsina se negó a posar, pero por casualidad y sin que se diera cuenta quedó retratada en una panorámica. Luego de visitar la cumbre se realizó el descenso hasta la localidad chilena de Los Andes, en donde tuvieron que enfrentar los vericuetos del camino sobre la cordillera chilena que finalizó a las 13.30 de aquel día. En ese momento se inició la historia de lo que hoy conocemos como el turismo cordillerano de alta montaña en Mendoza.